Los cuatro extraños del apocalipsis


Un día llegó mi hermano Beto con dos nuevos amigos, Élfego (extraño nombre y extraño niño) que se mostraba nervioso al igual que yo pues en esos días no me dejaba en paz un tic que tenía en el ojo izquierdo. Todo el tiempo tenía parpadeando el ojo.

- ¡fff!…¡fff!...ho…¡fff!... ho…¡fffh!...hola- dijo Élfego tras un esfuerzo inmenso, mientras yo con mi parpadeo lo veía como se desesperaba al no poder decir algo tan simple.

Y con ese ¡fff!... ¡fff! le temblaba la boca a grado de asomar y en ocasiones hasta escurrir saliva espumosa al tiempo que toda su cara se contorsionaba, y al ver mi tic nervioso yo creo que más se desesperaba o se animaba. Élfego era tartamudo.

El otro nuevo amigo era Donchilín que era hermano de Élfego. Donchilín era el más flojo de todos, tenía unos ojos expresivos y una boca llena de dientes que estaban de una posición extraña que no dejaban que cerrara la boca, parecía que se reía de todo aparte que le temblaba el rostro. Ese día sólo me dijo “qiubo”, el también era tartamudo.

Hicimos un cuarteto de vagos. Ellos casi no podían escaparse con nosotros de su casa pues su papá era soldado y extremadamente estricto. Beto y Élfego eran los mayores.

Beto siempre olía a orines y usaba ropa más grande para su edad, le decíamos el patotas por sus pies grandes. En ese momento todos andábamos descalzos.

Élfego vestía un tanto mejor que nosotros. Curiosamente alienado llevando un corte de cabello tipo soldado. Tal vez por orden de su padre.

Donchilín del cuál no recuerdo o nunca supe si era su nombre o su apodo, era el más delgado y el que más se cansaba, por lo mismo se quejaba de todo, pero sonriendo.

Y yo, usaba ropa que ya no le quedaba a mi hermano Beto. Playeras que por alguna razón siempre estaban rotas del pecho dejando al descubierto mi ombligo y mis costillas; y pantalones que me apretaban demasiado la cintura y que casi me llegaban a las rodillas.

Nos hicimos llamar los cuatro extraños del apocalipsis, la verdad no se de donde salió ese nombre.

Recorríamos grandes distancias fuera de la colonia y de la ciudad, nadábamos en los ríos, nos dormíamos debajo de los árboles y regresábamos a nuestras casas esperando el peor de los castigos.

Convivimos tanto con esos niños que después de tiempo se nos pegaba su tartamudez.

Una mañana que pasamos por la casa de nuestros amigos oímos la voz de su padre, nos asomamos por una rendija de su cerca de palos con el temor de que nos vieran. Estaban en el patio de su casa. Su papá vestido de soldado y Élfego y Donchilín formados en posición de firmes frente a su padre que les daba órdenes y les gritaba. ¡Firmes!... paso redoblado, ya; un, dos, tres, un, dos, tres. Su papá los traía marchando por todo el patio de su casa.

Un día con todo el miedo del mundo nos invitaron a su casa. Vimos que vivían como encuartelados. Todo en un orden extremo y enajenado… Nosotros nos vimos sorprendidos ya que su casa estaba bien ordenada. Salimos y Élfego nos despidió:

- ¡fff…¡fff!...nos…¡fff!...ve…¡fff…!...vemos. Se metió a su casa y nos fuimos a vagar.

Cuando mi padre llegaba a casa todos nos escondíamos en los cuartos de la casa, después de un rato y si veíamos que mi padre estaba de buenas salíamos de nuestros escondites.

- ¡Beto! ¿qué estás haciendo?

- Nada- decía apareciendo ante mi padre

- ¿Y entonces? A que viniste a este mundo ¿a hacerte pendejo? Ponte a sacar agua del pozo.

- ¡Concha!

- Mande- decía mi hermana con voz baja.

- ¿y tú que estás haciendo?

- Nada- respondía con temor

- Me lleva la chingada contigo… ¡Póngase a ayuda a su madre!

- ¡Carlos!

- Mande- respondía con mi tic en el ojo.

- ¿qué? ¿Me está cerrando el ojo o qué?

- No- decía agachado

- ¿Qué estás haciendo?

- ¡Mm…mm… tata… tarea!

- ¿Y ahora este cabrón porqué habla así tu?- le preguntaba a mi madre

Mi madre no le respondía, así que mi papa me mandó a regar los aboles.

Un día pasamos por la casa de Élfego y oímos golpes de cuero así como un conteo. Por una ranura vimos a su papá pegándole con el cinturón a su hijo. Élfego se agarraba del tronco de un árbol y soportaba en silencio… 40, 41,42… Si se quejaba su papá le repetía el golpe. Y otro día mi padre encaraba a mi hermano Beto, diciéndole:

- A ver cabrón, vuélveme a ver de frente otra vez y le suelto otro madrazo… hijo de la chingada. ¿Quién se está creyendo para faltarme al respeto?… cuando yo le hable usted tiene que estar agachado… pendejo… pues que… acaso nacimos el mismo día o que cabrón…

Cada quien en sus casas, cada quien sus padres, cada quien sus problemas, cada quien sus golpes. Cuando nos reuníamos al fin los cuatro extraños veíamos en silencio unos en los otros los estragos que nuestros padres nos estaban causando. Nos sentábamos debajo de un árbol sin decir una palabra.


CarDarú & DaNiEl´S gRiM (redactor)

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